Tragos amargos

 


    Hace unas semanas, asistimos con mi esposa a un concierto en el teatro de la U de A, la cual llevaba bastante tiempo sin visitar. La Sinfónica Joven hizo una gran interpretación y pasamos un rato agradable.

  Al terminar y dirigirnos a nuestro punto de salida, nos dimos una vuelta por el bloque que había sido cuna de mis estudios por muchos años, aunque empecé a sospechar cosas casi desde el momento que salimos del teatro. 

   Había muchos corrillos de gente, y no porque eso sea raro en la U. Lo que me pareció raro es que, en más de una mano, vi latas de cerveza, como si de una gran discoteca se tratara. Así que nos empezamos a desplazar por corredores y el paisaje cambió. 

    Ya no estaban solamente en corrillos, estaban sentados en muchas de las mesas, o al menos en aquellas que no estaban ocupadas por las diferentes ofertas comerciales, rebosando botellas y latas de cerveza, jugando cartas como si de garitos se tratara y en algunos puntos, con bafles haciendo sonar la música del momento. La tapa del congolo se la llevó justamente una mesa donde un joven, estaba ofreciendo a la venta algunos licores artesanales.

  En honor a la verdad, me sentí bastante desconcertado con lo que aprecié, ya que siempre he creído que las cosas tienen su momento y su lugar, y me cuesta mucho trabajo aceptar que en un centro de estudios se consuma licor y quién sabe que otras cosas, eso me cuestiona mucho.

   En los tiempos en que pisé esos corredores, a finales del 2000 y comienzos del 2001, la gente solía ser más reservada con este consumo, o al menos no tengo memoria de verlos en corrillos al interior del plantel, botella en mano, aunque puedo estar errado, ya que por lo general iba a mis clases y me regresaba a casa y mi interacción social, más bien fue poca.

   Que entre clases la gente se siente y juegue, vaya y venga, es parte del esparcimiento que se puede requerir para despejar la mente, pero de ahí a que se consuma licor o cosas mas fuertes… no me cuadra.

    Y se que estoy pisando algunos callos, porque no faltará quien me diga que eso hace parte del libre desarrollo de la personalidad. El asunto aquí es que esa postura va en contraposición de quienes abogan por el derecho a entornos sanos de convivencia.

   Y lamentablemente esto es algo que vivimos a lo largo y ancho de nuestras calles: parques, esquinas, inmediaciones de colegios, son cada vez más escenarios de consumos impropios, generando sensaciones de inseguridad, perdiendo la tranquilidad y el derecho de departir en lugares seguros y respirar aire puro.

   Tristemente, el consumo de sustancias adictivas es un serio problema de salud pública, lo que requiere una serie de medidas enfocadas en procurar rehabilitar, ayudar sí, pero defender también a quienes, sin ser consumidores, nos vemos afectados por estas conductas.

   También se que no todas las personas que caen en esas conductas indebidas quieren salir de ellas, son más los consumidores que los que se rehabilitan, pero por algo se empieza.

Cada cosa en su lugar.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Sutil cambio, misma esencia